Gran Bretaña fue la última en reconocer al gobierno de Díaz (1884).
España lo otorgó el mismo año en que el general oaxaqueño asumió la
presidencia, 1877, y Francia lo hizo en 1880.
Para el logro de sus objetivos en política exterior, el Presidente
Porfirio Díaz contó con la colaboración de expertos que se habían
forjado en las últimas décadas. Las dos figuras más importantes, fueron
sin duda, Matías Romero e Ignacio Mariscal. El primero, quien se desempeñó como Ministro de México en Washington de 1882 a 1898, logró generar una política bilateral con los Estados Unidos aprovechando las oportunidades comerciales que se abrían. Mariscal, quien se desempeñó por casi treinta años como Secretario de Relaciones de 1880 a 1910,
Su experiencia como ministro en Washington y Londres le permitió gestar
una política exterior que mirara lo mismo allende al Bravo que allende
al Atlántico. En abril de 1878, Estados Unidos reconoció el gobierno del presidente
Díaz. Con la modificación de una serie de leyes México abrió sus puertas
a la inversión extranjera.
Las principales fuentes de capital extranjero invertido en México
durante el Porfiriato venían de Estados Unidos y Gran Bretaña. Estados
Unidos compartía con México el interés por desarrollar sistemas de
comunicación que facilitaran el comercio e hicieran más estrechos los
vínculos económicos entre ambos países; por tal motivo, gran parte del
capital invertido en México estuvo dirigido hacia la construcción de una
amplia red ferroviaria que uniera a las principales ciudades del país y
–mediante conexiones– se extendiera más allá de la frontera norte hasta
alcanzar importantes ciudades norteamericanas.
Díaz fomento la participación de capitales europeos para contrarrestar
la influencia que pudieran tener los norteamericanos en los asuntos
internos de México. Un factor que favoreció en gran medida las
inversiones británicas fue la participación que los miembros del
gobierno mexicano tuvieron en las empresas extranjeras –mineras,
petroleras, ferrocarrileras, y de servicios principalmente–. La relación
de altos funcionarios porfiristas con inversionistas ingleses
–particularmente con Weetman Dikinson Pearson, presidente de S. Pearson
and Son– fue muy estrecha, y en la mayor parte de los casos las
concesiones –supuestamente sometidas a concurso– se otorgaba
favoreciendo los intereses británicos.
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